22 de junio de 2016

Fin de curso

Con la misma pasión ausente con la que ha intervenido durante casi sesenta sesiones, ha despachado la jueza este circo.

Samantha hastiada. Samantha ausente.

No hay golpes de mazo en la vida real y los 'visto para sentencia' son apenas una coletilla que se pierde entre citas de anexos, sumarios  y 'respetuosas' protestas.

No ha habido nada de respetuoso en este juicio manchado por la avaricia, la pretendida impunidad y la peste a cloaca del Estado. 

Ha terminado Nóos con el espectáculo de los alegatos finales de las partes. Las defensas han lanzado sus S.O.S al tribunal intentando, más que convencer a las juezas de las bondades de sus defendidos, abrirles los ojos ante la maldad del que acusa. Como si no se hubiesen dado cuenta. Juicio de poca defensa y mucha crítica y chivato.

El caso Nóos ha pasado factura a todos. Seis meses en los que las batallas personales se han mezclado con las corruptelas. Y todo tenía su consecuencia en la sala. 

Un alegato final no es todo el juicio, pero sí un pequeño espejo, una foto del curso. Y así hemos podido ver quién ha estudiado durante los trimestres, quién lo ha llevado con pinzas y quién ha ido solamente a ver pasar la vida. 

Entre los primeros, Manuel González Peeters, abogado del acusado más aplicado. Diego Torres. Su 'speech' definitivo no ha defraudado: un poco faltón, a ratos agresivo, otros entrañable. Siempre con humor (ácido) afirmando, incluso, que quienes acusaban a sus clientes "habían sido abducidos por la ciencia infusa", tirando de ingenio "Me siento como James Stewart, desarmado frente a todo". Definiéndose a sí mismo mejor que nadie "yo no doy puntada sin hilo". Él cree en la inocencia de sus clientes más que ellos mismos, se ha implicado hasta lo personal, hasta rozar casi lo enfermizo. Ha hecho suyo este caso porque, en parte, se le ha ido parte de la vida en ello. Bravo, Peeters. Buena pieza.

Mario Pascual Vives estuvo brillante. A la chita callando, como es él. Pasando desapercibido ha llevado una defensa difícil, porque difícil es la tarea de enarbolar una bandera raída y sin emblema. Dejó claro que su cliente ha recibido por todas partes, que si también han dejado a alguien solo frente al peligro, ha sido a Iñaki Urdangarin. Juzgado socialmente antes de que enero llegara con togas y puñetas. Casa Real le dio la espalda. Intentaron pactar a destiempo y sin suerte. No tuvieron buena mano con las cartas y todo pinta como pinta. Mal. Pascual Vives defendió la inocencia del exduque, pidió su absolución y condenó a quienes condenan rápido y preguntan después. También dentro de casa. Bien, Mario. 

Y como pasa en todo curso, siempre hay quien promete mucho al principio, pero luego se desinfla. Pau Molins ha estado y no. En realidad, la defensa de la Infanta (el batallón formado por hasta cinco letrados diferentes que se han sentado en la bancada) ha participado de lejos en el juicio. Como el que no va con él la historia. Como el alumno que sabe que le tienen que aprobar a fin de curso porque la reforma de turno le salva de repetir. Como el que sabe que papá pagará otro colegio si le echan de este. Ni uno solo de los magistrados ha estado al 100%, ni los del bufete de Palma. Preguntas, las justas al resto de acusados, testigos y peritos. El alegato final de Molins parecía ajeno, expuesto sin pasión, con la cabeza en otra parte... y torpe, muy torpe. No se puede excusar a Doña Cristina argumentando su apretada agenda de madre trabajadora (como si fuese una más) ni, desde luego, apelar a que todos, incluídos jueces y abogados, firman miles de documentos sin leer. El bochorno en la sala y el tribunal ha sido evidente. Si hay condena para la hermana e hija de reyes (que lo dudo), tendrá mucho que agradecer al barcelonés. Hoy, el último día, ha sido el primero en que la Infanta ha tenido a un amigo en la bancada de público. Lorenzo Caprile. Un maestro del alfiler incapaz de coser la tristeza de su amiga, sola, arrinconada por una Familia a la que ya no pertenece.

Este juicio se ha llamado también "Juicio Infanta", y ha sido su abogado el que ha querido declamar a Einstein y Cicerón y reivindicar que "El Derecho todavía no ha muerto", que la ley es igual para todos y que "no se debe aplicar para beneficiar a nadie, pero tampoco para perjudicar a nadie".

Si algo saco de estos seis meses es que, efectivamente, la ley es igual para todos, pero eso no significa que todos seamos iguales ante la ley. Que las caras de alivio de juezas, abogados y acusados hoy, al terminar este suplicio, reflejan que la capacidad de maldad de algunos es infinita, pero la de aguante, limitada. Ya no se podía ver más mierda.

Y, dentro de las heces, una burbuja y una reflexión. Antes de que los ascensores separaran a los 17 acusados de su destino y de Son Rossinyol, Mercedes Coghen se despide de un compañero periodista y servidora. Le pregunto por su abanico, agitado con énfasis en la sala. Un abanico que rezaba "HOLA EVERYONE" con el logo de Madrid 2016. Su candidatura maldita, la que le llevó al banquillo. Por la que puede ir a prisión cinco años. Ni el fiscal quiere realmente que acabe entre rejas... pero ahí está.

Ella, digna, sonriente y tranquila (como cada día de estos seis meses) vuelve a sacarlo del bolso, lo acaricia como quien toca una foto antigua, reconoce aquélla como una de los mejores momentos de su vida y me dice:

-Es que, al final, uno tiene que sentirse orgulloso de lo que ha hecho con orgullo.

El mejor y peor veredicto, el de uno mismo.


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