5 de marzo de 2016

Diario Nóos: La Infanta (des)confiada.


Llegó el día. Un trámite rápido, por favor, parecía pensar. El jueves 3 de marzo se agotaba con la declaración de Salvador Trinxet, que aunque se expresaba casi a la misma velocidad que la letrada de acusación de la Comunidad Valenciana, empezaba a resultar eterno. No porque su discurso no interesara, todo lo contrario, sino porque no había manera de quitarse la sensación de que el hombre de las presuntas sociedades interpuestas, actuaba de telonero.
Rozando las seis, con la sala de vistas más llena que nunca, el nombre de Doña Cristina Federica de Borbón y Grecia resonó, ella tomó aire, agarró el botellín de agua y, con decisión y a grandes pasos, se encaminó al trono de acusados. Para nada porque tampoco era su turno. Cinco minutos de receso. Disculpas del tribunal y a aguantar.
Para eso no había ensayado, para esos cinco minutos (que luego fueron once). Y así se vio a una mujer que se sentía más fuera de lugar que nunca, que no sabía si sentarse en su sitio, quedarse de pie, tras una columna, acercarse a su abogado o ir al excusado. Así que lo hizo todo.
Aún no había consumido el tiempo de descanso cuando ya ocupaba el asiento protagonista. Fue la escenificación total de su vida. Sola. Frente al vacío, su marido en la última fila. Ningún miembro de su familia alentando en la bancada de público, ni esperando fuera, como en las salas de llegadas del aeropuerto. Lo más que vio la Infanta que oliese a familia (y Real) lo tenía colgado en la pared. Tan frío como un marco, la mirada de su hermano Felipe VI, que ha presidido las declaraciones de todos, se perdió en la suya con la misma empatía. La de un marco.
Juntaba los dedos doña Cristina. Tamborileaba con ellos. Cruzaba las piernas y las descruzaba. Bebía agua. Y esperaba, en todos los sentidos.
El Tribunal se disculpó. Había sido un poco cruel pedirle que se sentara para levantarla inmediatamente y ella respondió con educación pero, tan bajo y tan para adentro, que los periodistas ya lamentábamos haber aguardado tantos años este momento para no poder anotar ni cuáles fueron los primeros murmullos de la primera infanta de España que se somete a un juicio.

"Gracias, Señoría, contestaré solamente a mi letrado". No respondió a la única parte que quiso verla ahí sentada, Manos Limpias. Sí lo hicieron sus miradas por ella. Desdén, sobre todo cuando la letrada Virginia López Negrete consignaba preguntas en las que se aludía, por ejemplo, a quienes cuidaban "de lo más preciado que tiene en la vida, como son sus hijos", esos empleados domésticos a los que, presuntamente, le expuso la letrada, habrían pagado con dinero negro. En la sala el resto de acusados y letrados sí murmuraron. Les pareció sucio. Y la jueza empezó a marcar las preguntas a consignar.

"Por la confianza que tenía en mi marido"

El abogado Pau Molins, escoltado por el simbólico Miquel Roca (que no abrió la boca), inició su interrogatorio de defensa. El bufete podría haber preferido hacer uso del derecho a hacer preguntas con respuestas tipo test. Sí, no, no sabe/no contesta. O tres, como González Peeters a Ana María Tejeiro. Pero no. Durante veinte minutos, y en una estrategia inteligente, formularon preguntas de defensa con toques de acusación, o más bien al revés. Y el resultado fue el retrato de una mujer confiada (entonces) y tradicional, si me apuran, casi sacada de un manual de la Sección Femenina: "Era mi marido el que se encargaba de los gastos familiares", luego, a medias con su esposo, ella se se centraba "en el cuidado de mis hijos" y en cuadrarlo con su agenda institucional.
¿Por qué aceptó formar parte al 50% de Aizoon? "Por confianza. Así me lo pidió mi marido y acepté". 
Pero ¿sabía cuál era el objeto de la sociedad? "Yo sólo sabía que canalizaba sus ingresos a través de Aizoon". 
Y, ¿cuál era su papel en la empresa?. Pues ninguno. Ni florero: "No, no tenía firma ni poderes" o sobre su capacidad de mando:"nunca he dado instrucciones a nadie".
O sobre la tarjeta VISA a su nombre:"la custodiaba él (Urdangarin)".
O en lo referido a las cuentas de la empresa: "Nunca he sabido cuáles eran los ingresos y gastos de Aizoon".
Ni siquiera recibía los extractos bancarios. Por negar, negó hasta charlar con su esposo, el mismo que afirmó haber hecho a la Infanta partícipe de Aizoon "por una cuestión de ilusión", sobre cómo iban los negocios. De eso, en determinados estratos sociales, está feo hablar, se ve: "No procedía. No eran temas que me interesase hablar con él. En esos años mis hijos eran muy pequeños y estábamos muy ocupados". Y punto. Y eso que Aizoon y el domicilio eran lo mismo, aunque claro, también hemos conocido en estas declaraciones que, en determinados estratos sociales, las casas son tan amplias que es posible entrar a la oficina de Aizoon en la casa de Pedralbes sin que la parienta se entere ni vea al visitante. Durante años. "Salía muy temprano de casa", justificó la Infanta.

Lo que falló
Los interrogatorios con la defensa se preparan. Es obvio, para eso están. Otra cosa son los nervios y cuando uno intenta justificar lo que tiene difícil explicación. Eso también ocurrió en el interrogatorio de doña Cristina.
Nos quedó claro que había cosas de las que no se ocupaba. El dinero era una de ellas, sin embargo, al ser preguntada por la contratación del servicio doméstico, si se les abonó con dinero negro, se mostró tajante: "Rotundamente, no".
Como su marido, habló de supervisión de la Casa Real. De su asesor, Carlos García Revenga, en el que confiaba, "ya no". No hablaba de temas de la sociedad con su marido pero, sin embargo, sí dijo haberse asesorado previamente: "No teníamos ninguna prohibición. Por supuesto, me asesoré por Carlos García Revenga y él, a su vez, por Federico Rubio". 
Tal vez los nervios le jugaron una mala pasada, pero un pequeño matiz se coló al ser preguntada por la VISA de Aizoon en la que se cargaron gastos personales. ¿Usó usted esa tarjeta VISA?, preguntó Molins que esperaba un "no" rotundo, redondo, sin matices. Pero no lo tuvo, más bien fue un 'no' abierto y flexible: "No recuerdo haber usado esa tarjeta". 'No recordar' no es lo mismo que 'no usar'. Como 'no recordar' está aún más lejos del "yo custodiaba la tarjeta VISA de mi esposa" que repitió y repitió su marido. Pau Molins estuvo al quite y repreguntó rápidamente "Pero ¿tenía usted la clave?" y ella volvió al redil: "no tenía clave". Respiro, a medias.
Mucho más clara con otra pregunta ensayada: ¿actuó como escudo fiscal?. Y respuesta: "En absoluto. Si me lo hubiesen propuesto, no habría aceptado". Y, como chimpún, una pregunta que no tenía pensado hacer Molins pero que sabía muy bien por qué la formulaba"¿Tiene usted o ha tenido cuentas en paraísos fiscales?". Ella tomó aire y enfiló la respuesta "No tengo cuentas en paraísos fiscales. En Suiza SÍ tengo una cuenta, porque resido allí". Una cuenta declarada.
Hasta las conclusiones, Señoría
Después de haber reconocido algún error (firmar en el contrato de autoalquiler, por ejemplo) y haber dejado sobre la mesa su diligencia a la hora de consignar fianzas en el juzgado, la Infanta finiquitó el trámite. Manda la educación y se despidió del Tribunal con un apretón de manos.
No hubo efusividad con su marido tras el trance. Apenas un brazo por la cintura. Algo rápido, no se crean. Iñaki Urdangarin hizo lo propio con las magistradas y se marcharon. Hasta las conclusiones, claro.
Lo peor, por ahora, ha pasado, pero aún queda por delante el discurso de los testigos. Ahí pueden venirse abajo varios argumentos dados por los exduques. Empezando por el servicio doméstico, siguiendo por los miembros de Casa Real (aquella) y terminando por Miguel Tejeiro, el hombre al que los socios de Nóos culpan.
Tendrá menos foco mediático pero es donde los investigados se la juegan. Ahí y en las periciales.
Eso sí será otra historia.



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